El presente articulo ha sido escrito amablemente por una docente y mama anonima. He querido respetar su solicitud de anonimato por respeto a su privacidad, no sin antes agradecerle su aportación tan valiosa al respecto. Muchas gracias
Hace más de 10 años inicié “formalmente” mi camino en la docencia; no había egresado siquiera de la Universidad. Mi primera experiencia fue como la de pocos: un grupo de religiosas y religiosos; estudiantes generosos, atentos, dispuestos. Una década después, mi realidad no podría ser más distinta. A continuación, presentaré tres momentos “cumbre” de mi experiencia como docente y mamá, que me parecen podrían resumir algunas situaciones que ocurre con mayor o menor frecuencia y/o intensidad dentro de nuestras instituciones educativas. Todo esto, para tratar de mostrar, que parte de la solución, es comprender que, en la mayoría de los casos, el asunto no es personal.
Algunas semanas atrás, terminando clase con un grupo que se encuentra en clara rebeldía (en general, nada personal), creí que me daría un infarto. Derivado del esfuerzo físico y emocional… espiritual, que implicó tratar de contenerlos, casi me da una crisis de ansiedad. “Sácate las tijeras de la boca… no se debe morder a los compañeros… no golpees tu cabeza contra la banca… las cosas no pueden ser siempre como tú quieres… no, no te ignoré, solo no te pareció mi respuesta” ¿qué grado cursan mis alumnos? Primer año… ¡de preparatoria!
Mi situación no es especial, ni exagerada: profesores que salen llorando de clases, enojados, frustrados, preguntándose día a día ¿por qué eligieron o para qué eligieron esta profesión? Alumnos descontrolados, con poca tolerancia a la frustración, caprichosos, dignos representantes del síndrome del emperador. Y ¿qué hacen los padres frente a esto? La indiferencia, en el mejor de los casos; la defensa absoluta, grosera y penosa, de lo indefendible en los otros. Los padres que asumen que existe “un proyecto” (terminología de coaching para llamarle a UN PROBLEMA) son, en la mayoría de los casos, los menos y/o deciden “enfrentarlo” con diagnósticos sabe quién si acertados. ¿Las autoridades educativas? ¡Buena pregunta!
Segundo momento (querido lector, nos vamos acercando al tema). Algún tiempo atrás, siendo nueva en esto de ser “la Miss”, me comunicaron que tendría cita con la mamá de uno de los estudiantes con mayores problemas, principalmente de conducta, en la Sacro Santa institución educativa de educación media superior a la que pertenecía. INSISTO… no sólo conmigo, en TODAS las materias. La señora ya había “amablemente conversado” con la mayoría de los profesores, y quién me comunicó la fecha y hora de la reunión (mi jefe directo) me ofreció acompañarme; pues la última cita, con la Miss de Español, casi termina en golpes. Joven, inexperta y con ilusiones en la vida, decidí asumir el reto sola.
Debo agradecer a C. y su mamá que me abrieron la puerta a algo que posiblemente intuía, pero que no había hecho consciente. La señora, gritando y manoteando (esto último no estoy tan segura, pero si no fue ella, fue otro papá en algún otro momento frente algún otro docente), me exigía contestara la siguiente pregunta: “¿TÚ qué problema personal tienes con mi hijo?”, y a mí me enseñaron EN MI CASA que no se habla de los ausentes… Primera acción que cambió el tono de la reunión, pedir que C. se incorporara a la misma. Mientras la criatura llegaba, le pedí a mi interlocutora que me explicara las razones que tenía para pensar que había un asunto personal entre C. y yo. Palabras más, palabras menos, me comentó que era injusta y que lo trataba diferente a sus compañeros. De nuevo los dioses, Dios, la vida, la fortuna o en lo que usted crea, estuvieron de mi lado: C. llegó para poder explicar en qué consistía mi trato injusto. Primero le pedí que me dijera porqué sabía o pensaba que su mamá y yo estábamos teniendo una entrevista, su respuesta fue contundente: porque eres injusta conmigo. Al menos, organizados y de acuerdo estaban aquellos dos.
Pedí ejemplos específicos en los que se reflejaran momentos de injusticia de mí hacía él. “Cuando me paro y hablo, me pides que me siente guarde silencio y/o me cambias a un lugar al frente del salón, y a ninguno de mis compañeros le pides eso normalmente”. Con toda la paciencia del mundo, que aparentemente me caracteriza, vino mi siguiente cuestionamiento: “Querido C., ¿si otro compañero se para y habla, sin razón alguna, le pido que se siente y guarde silencio?”, “Si, pues sí”, “¿Qué pasa si no se sienta y guarda silencio?”, “Le dices que se siente al frente”, y así con cada situación que se había presentado en donde él había percibido “algo en su contra”. C., su mamá y yo descubrimos que, no, no era nada personal contra o con C., era cumplir mi función de educadora, poniendo límites y consecuencias en función de sus acciones.
Para no alargarme, aún más, la reunión terminó con lágrimas por parte de la Santa Madre de C., reconociendo que todas esas acciones y sobre todo ACTITUDES de C. en clase, estaban presentes en casa y ella francamente no sabía qué hacer. Le dije que justo había que poner límites y consecuencias, actuar como adultos, (quienes éramos los adultos involucrados en el asunto), y sobre todo, respondiendo a su pregunta, reconocer que al menos por mi parte no era nada personal, que no era un capricho, que era parte de mi función como docente.
¿Final feliz? ¡Si! Tres años después, (yo ya como “autoridad educativa universitaria” y C. como “estudiante de primer ingreso a la licenciatura”) me lo topo de frente, casi sin poder reconocerlo. “¡Tú me reprobaste! … ok, yo reprobé, pero estaré siempre agradecido que nos dijeras a mí mamá y a mí que buscáramos otra escuela (querido lector, no le cuente a mi ex jefe, que es una dulzura del señor), terminé aprobando todo en ordinario y siendo de los mejores en mi clase”. Mi recomendación, omití decir, fue que una escuela con grupos de 60 alumnos, no era adecuada para el estilo de aprendizaje, el proceder y para la “esencia” de C. Actualmente, profesionista licenciado en Ciencias de la Comunicación.
Finalmente, lo que me toca como mamá. Me inicié en esto de la relación familia-escuela hace poco más de un año. Nuestro primer ciclo, en general, dulzura y miel de los tres agentes involucrados. Primer signo de alarma: tres mordidas (una de ellas dejándole moretón por casi dos semanas) en cara, dedo y brazo. Mensajes iban y venían en el diario (medio de comunicación entre la maestra y nosotros). Las mordidas cesaron (al menos para nuestra bendición). Comenzamos a trabajar con nuestro hijo: que se alejara, dijera no o incluso físicamente mostrara su incomodidad, ante algo/alguien que lo lastimaba o no le gustaba.
Segundo momento “incómodo”. No ha dejado el pañal, tres ocasiones regresa de la escuela con rozaduras, con parte de su piel en carne viva, que no sanan de un día para otro. De nuevo, mensajes iban y venían.
Al momento de nacer mi hijo, un gran amigo me hizo una recomendación: mil personas querrán opinar sobre la crianza de TU hijo (incluso sin conocerte/lo); mi único consejo que debes de escuchar es: busca entre tus amigos o conocidos aquellos que veas y te agrade lo que ves con sus hijos, escucha sus consejos o lo que te tengan que decir. De los demás, agradece, pon “buena cara”, y sigue de largo. Después de consultar con mi gurú (una amiga mamá experimentada), de externarle mi miedo a que dejaran de procurar y cuidar bien de mi retoño, me dijo que era justo ir a hablar para saber qué está pasando, y que, si al final “se la agarraban contra él”, esto nos estaba salvando de cosas peores.
Tratando de ser lo más asertivos que pudimos, solicitamos cita. Llegamos a la cita, pensando que más allá de saber por qué ocurría, queríamos ver qué se podía hacer. La directora, y la maestra, se disculparon, mostraron como estaban al tanto, pero también nos dijeron que a nuestro hijo le hacía falta reconocer que ya no era tan pequeño, que tenía que ocuparse también de sí mismo y parte de ello, consistía en comenzar a “avisar”. Suena a excusa para querer librarse del problema. Escuchar después de una vida de experiencia como docente (con estudiantes de prácticamente todos los niveles educativos, de recomendarle a los papás “nada es personal, aquí quien importa es su hijo, ocupémonos juntos para apoyarlo”, de que el papá sea psicoterapeuta, y la mamá tenga formación también como tal, de leer mil y un libros, de tomar “escuela para padres”), que tu retoño tiene la capacidad para hacerse responsable, pero que no le está cayendo el veinte, prácticamente porque no le estás dejando como papá que le caiga el veinte… fue un balde de agua fría. Primero, pensé que lo decían para vengarse, para “safarse” del problema, para “culparnos”, pero de nuevo la iluminación divina nos llegó a mi marido y mí, y nos permitió comprender que no era una cuestión personal, y que genuinamente sus maestras estaban interesadas en él y nos estaban a ayudando a los tres a crecer como familia.
Salimos de la reunión con dos acuerdos: cambiarían dos veces más en el día a nuestro hijo poniéndole pomada en cada ocasión; intensificaríamos el trabajo de generar momentos de autonomía y cuidado de sí mismo en casa.
Tanto rollo para decir lo siguiente: hay muchas cosas que fallan y muchos aciertos en nuestro sistema educativo y en todos los agentes que formamos en él. Como docente te invito a reflexionar que hay muchas cosas que están fuera de tu alcance que harán que un estudiante, un grupo, un padre de familia o una institución te ponga frente a ti tus peores miedos y frustraciones. Dos cosas: es importante reconocer que, si un alumno se está quejando o se “burla”, lo está haciendo dirigido a la figura que representas, y no a ti como “Perenganito”. Si te enoja, te frustra, te hace sentir inseguro, entonces conecta con aquella parte de ti, que no has trabajado y que mi recomendación, para hacerte la vida como docente más llevadera, es que lo hagas, que busques espacios de reflexión, de cuidado, de terapia, meditación que te permitan hacerlo. En conclusión: que el alumno “no se burla de ti”, no es personal, pero si su burla te duele/molesta/enoja/frustra no es él o ella el responsable, si no tú y esa parte de ti que no estás mirando. Ellos, en la mayoría de los casos están más dolidos, frustrados, asustados porque están creciendo en un medio no propicio para hacerlo.
Si eres padre de familia, te pido considerar lo siguiente: no digo que no existen docentes que disfruten del sufrimiento de sus alumnos, porque de que los hay los hay, pero te puedo decir que representan máximo un 5% del total de profesores con los que se va encontrar tu hijo en su vida académica. La mayoría de los profesores (y he trabajado en instituciones de todo tipo, en diferentes lugares de la ciudad, como colega y como jefa directa), lo son por una vocación inexplicable, por una necesidad de compartir y formar. Si un docente, un directivo, te dice que hay un asunto que debe atenderse, no te está juzgando como persona o como padre (en la mayoría de los casos), sino recurre a ti, porque eres el principal responsable de la educación y formación de tu hijo… y sólo quiere ayudarte. De nuevo, sino tienes claro que la responsabilidad de que tu retoño florezca, no es de la escuela si no tuya. ¡Ve a terapia! Porque te aseguro que para el maestro y/o director que se sienta contigo a hablar …no es personal, es vocacional.